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A la cuerda perdida. Jaime Cuenca, Periódico de Bilbao 2023
Acaba
de
desmontarse
en
la
célebre
sala
de
turbinas
de
la
Tate
Modern,
en
Londres,
una
ambiciosa
instalación
de
la
artista
chilena
Cecilia
Vicuña.
Un
par
de
esculturas
compuestas
de
gruesos
hilos
de
lana
y
fibras
vegetales
colgaban
a
27
metros
del
suelo
y
remitían
a
los
quipus
andinos.
Este
sistema
de
registro
mediante
el
uso
de
nudos
y
colores
sobre
un
conjunto
de
cordeles
es
solo
uno
de
los
muchos
usos
que
encontraron
las
culturas
precolombinas
de
los
Andes
para
su
más
avanzada
tecnología:
las
técnicas
textiles.
El
entrelazamiento
de
fibras
de
origen
vegetal
o
animal
se
empleaba,
en
el
quipu,
para
la
gestión
de
un
complejo
aparato
burocrático,
pero
también
como
arma
de
guerra
(hondas
y
boleadoras),
como
técnica
de
infraestructura
civil
(puentes
trenzados
de
suspensión)
o
de
construcción
naval
(barcos
de
totora),
sin
obviar
la
elaboración
de
prendas
de
increíble
resistencia
y
belleza.
El
caso
del
textil
andino
llama
especialmente
la
y
parece
lógico
que
ahora
se
reivindique
en
el
arte
desde
una
perspectiva
decolonial
y
ecopolítica,
como
hace
Vicuña.
No
hay
que
irse
tan
lejos,
con
todo,
para
tomar
conciencia
de
cómo
se
han
perdido
el
conocimiento
y
el
trato
cotidiano
con
fibras,
cordeles
y
tejidos
en
sus
diversas
variantes.
Yo,
que
apenas
sé
atarme
los
zapatos,
recuerdo
bien
la
destreza
de
mi
abuelo
en
asegurar
hilos
y
sogas
con
nudos
de
gran
complejidad
o
las
largas
horas
que
pasaba mi abuela elaborando prendas de lana en distintos puntos.
Esa
pérdida
remite
a
una
serie
de
sensaciones,
conocimientos,
hábitos
y
resistencias
que
han
abandonado,
quizá
para
siempre,
nuestra
vida
cotidiana
y
se
revela como condición de posibilidad de la propuesta que expone Xare Álvarez Berakoetxea en La Taller.
Pero
no
debe
pensarse
que
hay
aquí,
como
con
Cecilia
Vicuña,
una
reivindicación
de
esos
mundos
de
experiencia
ya
perdidos.
Más
bien,
su
ausencia
hace
posible
la
consideración
estética
de
materiales
y
técnicas
que
hasta
hace
bien
poco
quedaban
subsumidos
en
el
campo
de
lo
útil.
Allí
donde
mi
abuelo
vería
un amasijo de sogas, nosotros somos capaces de admirar la intrincada delicadeza de la forma abstracta que adoptan las fibras entrelazadas.
No
hay
una
visión
más
auténtica
que
otra
ni
más
elevada:
son
percepciones
hechas
posibles
por
distintas
formas
del
habitar.
Sin
embargo,
qué
digan
las
propuestas
de
Xare
Álvarez
Berakoetxea
sobre
las
condiciones
contemporáneas
del
habitar
es
quizá
menos
relevante
que
dejarse
asombrar
por
ellas
y
deleitarse en sus numerosas paradojas.
De
entrada,
lo
que
ofrecen
a
la
vista
sus
piezas
escultóricas
son
más
bien
estímulos
táctiles
asociados
al
textil,
como
lo
rugoso
o
lo
suave.
Estos
chocan
de
inmediato,
sin
embargo,
con
la
materia
que
los
compone
(aluminio),
de
naturaleza
dura
y
resbaladiza.
Resulta
así
una
extraña
organicidad
metálica,
tan
rígida
en
realidad
como
flexible
en
apariencia.
Tanto
en
estas
pequeñas
esculturas
como
en
las
piezas
con
base
en
el
dibujo
(grabados
y
bordados)
hay
también
un
contraste
entre
el
trazado
aparentemente
azaroso
y
la
meticulosa
intención
de
la
artista,
que
conduce
un
proceso
complejo
y
controlado.
Por
ejemplo,
una
variación
del
moldeo
a
la
cera
perdida:
toma
un
tejido
o
un
conjunto
de
sogas
entrelazadas,
lo
envuelve
en
cerámica,
vierte
aluminio
fundido
y
este
deshace
el
modelo,
ocupando
su
lugar.
Este
poético
proceso,
por
el
que
la
copia
artística
destruye
el
original,
no
puede
ser
más
expresivo
del
olvido
por
el
que
llegamos
a
olvidar
el
uso
de
algo
y
sustituirlo
por
su
mera
contemplación
estética.
La
técnica
artística
replica
aquí
las
condiciones
sociales
que
la
hacen
posible.